¡Eh…. Puto!...
Así reza la consigna que hoy en día tiene en jaque al fútbol mexicano. Que representa un insulto para un sector de la población, que puede tener implicaciones mayores fuera de la cancha, que es un signo de la cultura machista en la que nos desarrollamos. Todas estas, y muchas más llamadas de atención se han hecho sobre el grito del aficionado. Creo que es un tema que se debe de tomar con un poco más de seriedad y merece un análisis más profundo del que se le está dando.
Primero que nada, se merece un análisis el mismo deporte del que se está hablando. Si bien, hay quien lo considera vulgar, eso no le quita (o no debería de hacerlo) el interés de su análisis. Es el deporte más popular del mundo, por lo que no es una cuestión intrascendente. Tiene cientos de miles de seguidores y por lo mismo, su influencia en la forma de pensar, en la forma de actuar, hasta en el consumo que proporciona, no se debe tomar a la ligera. Su influencia es casi tan grande como la que tiene una religión. Incluso el deporte mismo, puede tener más seguidores que la religión cristiana. Si el papa tiene influencia sobre la mitad del mundo actual, el director de la FIFA tiene más seguidores en el mundo, quienes están a sus órdenes tanto en occidente, como en el medio y el oriente mismo.
Podemos ver al fútbol como un ritual, uno que cada semana tiene su representación y cada 4 años su festividad máxima. El fútbol es una fiesta, y siguiendo el análisis de Durkheim sobre las religiones y sus festividades, él dice que son esenciales cuatro elementos dentro de ella: el carácter colectivo, simbólico, espacio-temporal y el carácter metafórico. El fútbol es una herramienta de cohesión social que merece atención que hasta ahora se le ha negado.
El fútbol lo tiene todo: Las reglas del fútbol son las mismas en México que en China, y dentro de los países, y por su misma naturaleza, debe de ser colectivo; si bien se puede jugar solo, pero no podemos negar que se tiene el carácter de colectivo. El niño que juega pateando una pelota hecha de bolsas, imagina que está en un estadio, visto por cientos de miles de personas, que tiene compañeros a quienes le pasa el balón, que hay un portero enfrente, a quien tiene que vencer. El fútbol siempre se expresa en colectividad, aunque se esté solo. Los símbolos que tiene tambíen son de lo más representativos, ¿o es que no vemos que los jugadores y los aficionados besan el escudo de su equipo cuando están celebrando? Los símbolos son una cuestión necesaria, después de hablar de la colectividad. Los aficionados del América por ejemplo, se sienten identificados con el escudo del equipo, que lo ha sido durante años, y cada que se hace algún cambio en el escudo, se espera que los aficionados lo acepten como suyo. El símbolo como identificación es innegable. Así como vemos a personas que se tatúan una cruz, también hay quien se tatúa el logo de su equipo. El carácter espacio-temporal se hace presente en el hecho de que los aficionados saben que todos los domingos de cada 15 días, a las 12 del día, sus ídolos se presentan a rendir culto al deporte que los une entre ellos y con sus fieles seguidores. El estadio entonces se vuelve especial. Quizá a diario se pase por enfrente del estadio, pero cuando el aficionado pasa por ahí el día del juego, no es lo mismo lo que siente. Y por último, el carácter metafórico lo podemos ver en la rivalidad que hay entre seguidores de uno u otro equipo. Puede ser que los que siguen a, las Chivas por ejemplo, son distintos dentro de la ciudad, de aquellos que siguen al Atlas; se vive la rivalidad entre las dos facciones de la ciudad cada vez que los dos equipos se enfrentan. La metáfora de la competencia se da cada que se juega el clásico tapatío. En un partido de fútbol, tenemos a 22 guerreros dentro de la cancha, que lucharán por la gloria y el honor de todo el pueblo que los ve. Habrá quien tome un rol metafórico como el líder, quien ordena a los jugadores dentro del campo; tenemos al aventurero, quien es capaz de tomar el balón desde la media y arrastrarlo pegado al pie quitándose contrario tras contrario. Está el héroe, quien saca el esférico justo antes de que cruce por completo la línea de gol. Y así se ven a los jugadores, quienes desean ser pieza clave del juego y ganarlo. O en su defecto, perder como héroes trágicos. Sacrificando todo por el pueblo que los admirará por siempre.
No quiero que se crea que pienso que el fútbol pueda reemplazar las fiestas religiosas, jamás. Pero sirve para tener un acercamiento al problema, y quizá se pueda dar una solución al mismo. Lo que se hizo, sólo funciona como método de acercamiento al problema verdadero, que es el grito que se tiene como expresión característica de una cultura machista y gregaria.
Se debe de tener en claro que al tener un parecido tremendo los rituales religiosos con el fútbol, éste tiene su propia aura. El cómo nos comportamos dentro de la cancha o dentro del estadio, se encuentra justificado, pues es el momento para hacerlo. Si estamos dentro de una fiesta, cualquiera que sea, no nos pueden privar de bailar, por ejemplo. Es parte indispensable de la fiesta, la alegría que tiene. Incluso dentro de estos escenarios que parecen tener de todo menos orden, debemos notar que no son carentes de sentido. Tienen una lógica propia, que se debe de respetar, de lo contrario se pierde el carácter aurático del momento. Es entonces, que vemos como algo gracioso, o extraño el hecho de que alguien corra por la calle celebrando un gol, a pesar de que a todos los lo vean les guste el deporte. No están siendo parte del momento. El carácter aurático del fútbol, es circunstancial. ¿Qué quiere decir esto? No que a veces sea aurático y a veces no, siempre es aurático; lo que quiere decir que sea circunstancial, es que tenemos que formar parte de ese ritual para sentir el aura. Cuando un grupo de niños apasionados por el fútbol juegan en la calle, no les importa que lleven 3 horas jugando “retas”, que empiece a llover, que sus madres los vayan a regañar porque llegarán sucios y mojados. Alguien gritó: ¡gol gana! Y las fuerzas de los jugadores se han renovado y no dejarán de jugar hasta que alguien anote. Y sus madres no entenderán, no lo podrán hacer, pues ellas no estuvieron ahí y no vieron el golazo o la gran jugada. Lo mismo sucede con los aficionados que ven el partido, hace un tiempo me contaron un chiste que refleja lo que quiero decir con el aficionado: La novia le pregunta a las 9 en punto a su querido: ”Amor, ¿qué es más importante, el fútbol o yo?” Pasados 45+3… “obviamente tú querida” es la respuesta.
Tampoco quiero que se piense que debido al carácter aurático del fútbol, está justificado todo el olvido de lo demás. Existen responsabilidades y prioridades. Las situaciones políticas por ejemplo, deberían de representar un interés mayor cuando se presente un conflicto entre el fútbol y la política. Ejemplo de esta conciencia que tienen y deberíamos de tener todos los aficionados, es lo que hicieron algunos exjugadores de la selección brasileña de fútbol el pasado mundial en 2014. Cuando las protestas sociales estaban en su punto más alto, las estrellas cariocas llamaron a olvidar por un rato la fiesta máxima del fútbol, en uno de los lugares que más aman el deporte, para poner atención a cosas distintas.
Retomando el tema del aura del deporte, si alguien entra a la cancha a la mitad del juego, interrumpe el ritual y perdemos esa experiencia que estamos compartiendo todos los espectadores. El deporte es una forma de convivencia pacífica y armoniosa, pero eso no implica que no pueda tener sus rasgos salvajes: golpes, gritos e insultos. El aficionado daría todo lo que tiene por poder entrar en la cancha y ayudar a sus ídolos a meter el gol necesario para ganar. El grito del aficionado es entonces el grito de guerra del que apoya a sus representantes. Si no se manifiesta con su grito en esos instantes en el que el balón se encuentra detenido y todos tienen su atención en el que va a patearlo, no habrá otra oportunidad de ser partícipe tangible del apoyo que el equipo necesita. El grito, no es más que una de las formas en que el aficionado se puede hacer presente en la presión para el rival. No es como en el fútbol americano, que el ruido que hace el aficionado local, puede ser tan grande que no deja que el QB se comunique de forma directa con sus compañeros. En el fútbol, el ruido que puede hacer el aficionado, es el mismo para el local, como para el visitante. No estoy haciendo una apología a la agresión, lo que quiero decir es que el grito es una forma de tratar de generar presión hacia el rival, ¿sirve? No lo puedo asegurar, pero el aficionado se siente parte del ritual haciendo esto. No se debería de quitarle al aficionado la oportunidad de participar, de ninguna forma, siempre y cuando la presión no se convierta en agresión directa, que tenga repercusiones más allá del momento aurático.
Otro de los puntos interesantes de análisis de ésta cuestión, es la pregunta por el significado de puto. ¿Es entonces que el grito de puto, se puede sustituir por el grito de gay u homosexual? Si es que fuera un grito homofóbico, con afán de lastimar a un sector determinado de la sociedad, valdría más gritar, “joto”. Más por el hecho de que el grito se da en México y entre mexicanos.
Según sabemos, se piensa que el grito es una agresión directa a un sector de la población. Cuando decimos que el deporte es un deporte de hombres, no queremos decir que las mujeres no lo deban jugar. Decimos que es un deporte de contacto. Esto es una repercusión directa de la cultura de la que somos herederos. Heredamos el concepto, y las significaciones del mismo. Puto, no quiere decir homosexual. Esto es lo que sucede cuando se ocupan conceptos que tienen la capacidad de recibir varios sentidos, les llaman polisémicos. Un puto, es alguien que no tiene las características que se esperan de un hombre: valiente, fuerte, atrevido, honorable, figura de respeto… Recordemos que el fútbol es un deporte de hombres, que las mujeres juegan más rudo que nosotros. Cuando en la cancha a alguien se le grita puto, lo que se está tratando de hacer es que sienta presión, que sienta que no es digno del deporte de hombres, que es cobarde, que no tiene la fuerza necesaria para ganar, que no es leal a la hora del juego. No importa para nada su preferencia sexual, su inclinación o su vida fuera de la cancha, de la cual a veces sabemos muy poco. Lo único que sabemos es que si de hecho es homosexual, tiene todos los atributos necesarios para jugar, pues lo hace. Quizá las significaciones de puto, fuera de la cancha sean distintas, y nada tengan que ver con el espíritu del momento, pero lo cierto es que al aficionado no le interesan en ese momento. Recordemos que creo que el deporte tiene su propia aura, y hay cosas que caben e interesan y otras que no. Sucede algo parecido con otras palabras, en otras circunstancias. Cuando hablamos con un amigo, no faltarán las groserías en la charla. Sólo tenemos que poner un poco de atención cuando viajamos por el metro de la ciudad, o estamos en cualquier otro lugar concurrido: pendejos por aquí y por allá, un güey detrás de mí, o yo mismo soy un pinche cabrón. Y no vemos peleas y discusiones por todos lados, pues las palabras, que tienen significados que los mexicanos particularmente interpretamos como groseros, en el contexto en el que se expresan son armoniosos. Pero si es que esa palabra se usa con un tono diferente, o hacia alguien que no conocemos, entonces tiene un carácter diferente. El grito de puto, puede que sea todo lo que se le califique de, pero no dentro de la cancha de fútbol. Esto me recuerda mucho a una discusión sobre quién es racista: ¿el que cuenta un chiste sobre racismo, o el que se ofende por el chiste de racismo? No, el grito no es un grito homofóbico, es un grito que quiere motivar a los suyos y molestar a los otros. Pretende motivar, pues se juega contra personajes que no están al mismo nivel que nosotros, y hay que hacer que el rival se entere que somos superiores. Entonces le gritamos: ¡puto!
Esto último, me lleva a pensar quizá el tema más delicado de la cuestión: ¿qué repercusión puede tener afuera del estadio? Los sonidos de simios no humanos hacia los jugadores negros, los ataques y peleas entre aficionados de equipos rivales, las rivalidades que a veces van más allá de lo deportivo y tienen efecto en las vidas diarias de los profesionales y aficionados del deporte. Ésta es de verdad, la cosa que más nos debe de interesar. Lo anterior, los ataques, el racismo, la violencia, son cosas que nacieron fuera de la cancha y que poco a poco se fueron metiendo hasta las entrañas mismas del deporte, la corrupción es otro ejemplo. Todas esas cosas son ajenas al deporte mismo, no están dentro del espíritu del aficionado. Antes de ser profesionales del fútbol, todos lo que se dedican a esto, son aficionados, viven de lo que les gusta hacer, y saben lo que es el deporte, necesitan del apoyo que les brinda su porra. Una de las formas de apoyo es negativa. Pero no negativa en un sentido ético, sino negativa pues no aporta apoyo, sino más bien trata de ejercer presión. Eso es el grito. Tan natural y orgánico en el deporte, como lo es el “¡si se puede!”, así lo es el “¡te vamos a ganar!”. El grito del que hablamos, es un grito de presión, nuevamente metafórico. Es más, puedo asegurar, que muchos de los quienes le haya gritado a Jesús Corona, portero del Cruz Azul, si lo encuentra en la calle no dudará en pedirle un autógrafo y sacarse una foto. Como lo dije, el fútbol es una herramienta de cohesión social, un fenómeno de masas. Tal vez por eso los intelectuales se alejan de él. Por lo tanto, si es que se quiere eliminar el grito, por homofóbico y retrógrado, habrá que eliminar el problema desde la raíz. Cambiar la ideología de la sociedad misma. Eliminar el grito, sólo sería tratar de tapar el sol con un dedo. Dicen que el grito es clara manifestación de una sociedad contraria a los valores que se quieren mostrar, pero tratar de censurar el grito, solo esconde el problema. Si se hiciera una campaña integral para cambiar la concepción, esa sería la solución, que no será rápida, y no se sabrá que es contundente, hasta que la misma insinuación, deje de ser problemática. Si la sociedad deja de ser problemática, no sé si el grito se valla, pero por lo menos, dejará de ser visto como un problema y pasará a ser parte del momento aurático del deporte mismo.
En esta sociedad que cada vez está más enajenada, que cada vez pierde un poco de su capacidad de sensibilizarse por una causa, que pierde la capacidad de las relaciones humanas, no debemos permitir que la pedantería se meta hasta en el refugio más grande del hombre inmediato, el hombre feliz, el hombre trágico, diría Kierkegaard. El deporte tiene su propia aura, su fatum y su telos. Tiene características que la razón no entenderá. El juego en general, no se entiende, se vive, se disfruta o no; con balones de trapo, con botellas como balón, con playeras rotas, sin playeras, con tacos o sin zapatos, Bajo la lluvia, irritados por el sol, en el estadio, en el patio de la casa, su aura es innegable e inalcanzable para espíritus pobres como diría Nietzsche. Si, si quieren llamarlo vulgar, el deporte lo es. Si, si quieren decir que es estúpido, lo es. Pero es lo que nos mantiene felices, por un rato olvidamos los problemas que nos aquejan a diario, suspendemos el tiempo corriente. Esos 90 minutos en los que se vive el espíritu festivo, es el tiempo, que como analiza Kerenyi, se vive una atmósfera diferente, una atmósfera quizá más verdadera que la del tiempo artificial que vivimos a diario, las fuerzas dionisiacas se apoderan del cuerpo y entonces vemos las cosas como de verdad son. Sufrimos la objetivación directa de la voluntad de vivir, no sólo con el fútbol, pero sí en el fútbol. El problema de fondo, no debe de ocultarse, y hacer como si de hecho fuera un caso aislado. Si es que se quiere hacer algo, no debe de ser la FIFA quien lo haga; que la sociedad siempre se muestre incluyente, eso le corresponde a otros organismos. Y mientras no se haga nada por resolver el problema, por más sanciones que se pongan, por más campañas, bastantes malas además, que se lancen, el grito no desaparecerá. Y cuando la sociedad deje de ser lo que no quieren que sea ahora, ni siquiera importará si es que se grita o qué es lo que se grita. No podemos permitir que se ataque el ser festivo del fútbol, el ser festivo del mexicano y del hombre en general.